El defensa pontevedrés Luis Otero viajó a la capital herculina
en los años 20 del siglo pasado con una medalla olímpica en su palmarés
particular y se convirtió en el primer jugador perteneciente al
Deportivo que vestía la camiseta de la selección española
Luis
Otero, defensa diestro de gran calidad, militaba en el Vigo Sporting
cuando participó en los Juegos Olímpicos de Amberes en el año 1920. En
aquella época, el único Mundial de fútbol que existía se integraba en el
máximo evento deportivo a nivel planetario. Y el zaguero pontevedrés
salió al terreno de juego para disputar, aquel verano, el primer partido
de la historia del combinado español. Cuando regresó a Galicia, poseía
una medalla de plata como miembro del conjunto subcampeón.
El
poderío físico y la dureza eran las características principales que
buscaban los entrenadores para el puesto de defensa central. El esquema
de juego habitual reservaba más plazas en la alineación para los
hombres de ataque. Otero, en cambio, dominaba diferentes funciones, ya
que se había formado en una demarcación más próxima al área contraria.
El zaguero gallego destacaba por tratarse de un futbolista completo
centrado en labores de destrucción.
Los dos princpales
clubes de la ciudad olívica, el Vigo Sporting y el Fortuna, se
fusionaron en 1923 para fundar una nueva entidad: el Celta de Vigo. La
decisión no estuvo exenta de polémica y surgieron discrepancias entre
los jugadores de las dos plantillas, lo que facilitó el fichaje de
cuatro jugadores (el propio Otero, el meta Isidro, Chiarroni y el gran goleador Ramón González) por parte del Deportivo, un hecho que desató, además, una enorme polémica que motivó diferentes actuaciones federativas.
Luis Otero, en cualquier caso, formó parte del conjunto herculino que compitió en Segunda División durante la primera edición de la Liga y se retiró en el club blanquiazul en 1930. Según se relata en una noticia de La Opinión de A Coruña, protagonizó el anuncio de una marca de vino gracias a la popularidad que se había ganado en el campo. Un monolito situado en los aledaños del Estadio de Riazor homenajea todavía a este crack de un deporte que empezaba a organizar los torneos más pretigiosos que se celebran en la actualidad.
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